Skip to main content

El futuro del origen: un relato ecotópico

Flora estaba perdida. Debería de haber regresado a la comunidad antes del anochecer, pero ya era imposible. Se le llenaron los ojos de lágrimas.  

¡Se van a preocupar!” lamentó. “Voy a perder mi propia celebración. Y encima, ¡tengo que ver dónde pasar la noche y buscar cómo volver mañana!”

Tenía apenas 14 años y era la primera vez que iba a pasar la noche sola en el monte. Hoy era su caminata, un paso determinante del rito de la primera sangre. Cuando partió esa mañana, estaba nerviosa por el reto de estar a solas y elegir su propio camino. Ahora se sentía como un fracaso: había tomado una decisión equivocada al elegir la ruta. Además le pesaba la decisión que tenía que tomar sobre la ruta de su vida, el área de la comunidad donde contribuiría. ¿También haría la decisión equivocada? Estaba perdida en todos sentidos.

Sin embargo, no tenía miedo. Desde la infancia, Flora había aprendido a integrarse en el territorio, conocer las plantas y animales y desarrollar su intuición. Era una niña curiosa y le gustaba aprender. En la primera etapa de la infancia no se cansaba de explorar la naturaleza, hacer experimentos y crear proyectos con sus colegas. En la segunda etapa que acaba de terminar, aprendió letras y mates así como la faena de la comunidad. Siempre preguntaba cómo y porqué funcionaban las cosas. Ahora se preguntaba porqué su intuición le había llevado tan lejos y por un camino desconocido.  

Limpió sus lágrimas con las manos. Respiró fuerte y escuchó su voz interior: “todo lo que necesitas está aquí.” Parpadeó y miró alrededor con nuevos ojos. No muy lejos vio una entradita; avanzó hacia una pequeña cueva, ¡la cobija perfecta para esta noche!

Entró y de la mochila sacó sus raciones. Le quedaba agua en su cantimplora. Tomó la mitad, guardando la otra por si al día siguiente no encontraba agua alrededor. Aquí en el monte no había círculos de agua como en su comunidad, que cosechaba y reciclaba el agua como un bien común después de haberse esforzado tanto para limpiar los ríos y acequias de la toxicidad de la Edad Moderna.

Mientras comía, pensaba en el recorrido de los ingredientes: las verduras de la huerta, los granos del intercambio con otras poblaciones por la sierra y el queso de las cabras y ovejas que rodeaban la comunidad. La comida era sencilla y de temporada, pero había una variedad inmensa. La gente compartía semillas cuando viajaba, así las plantas aprendían a vivir en distintas condiciones y las huertas tenían una biodiversidad que beneficiaban no solamente la resiliencia sino también el paladar. En la comunidad cada día se preparaba el menú en la cocina colectiva y cada semana se hacían jornadas de conserva, fermentación y reparto de alimentos. A Flora le encantaba observar la ingeniería de la cocina: las manos y las máquinas exprimiendo, crujiendo y mezclando. Se asombraba con la transformación de hojas, raíces y frutos convertidos en todo tipo de guisos, cremas, sopas y panes. Todo estaba bien organizado, desde la siembra, cosecha, elaboración, distribución y el uso circular en compost y para los animales, logrando obtener un rendimiento máximo y valor nutritivo óptimo para los seres humanos y el suelo. Ella sabía que no siempre había sido así; que antes, en la Edad Moderna, se echaban químicos al suelo y se tiraba comida a lo que se llamaba “basura” mientras muchos padecían de hambre.

Cuando los mayores hablaban de ese entonces, ella no entendía cómo algunas personas respiraban tranquilos sabiendo el sufrimiento que causaban tanto a otra gente como a la Madre Naturaleza. ¡A su misma Madre! Pero, claro, no la vieron así porque esa conexión con la Madre se había roto hace miles de años con el asesinato de la Diosa, y ni siquiera eran conscientes de esa historia suya.

Flora terminó de comer y estiró su tela en un rincón de la cueva. Ella había escuchado sobre las tribus de sus ancestros que imaginaban las cuevas como el útero de la Diosa.

Ahora estoy aquí,” pensó. “En el útero de la Diosa Tierra Madre. Gracias, gracias,” murmuró, cerrando sus ojos, cansada de tanto caminar y tanto pensar.

*

Un rayo de sol, que ingresó cual flecha a la cueva, la despertó. Por un segundo le entró el pánico de no haber vuelto a su comunidad a tiempo, de no poder comunicarse. Sería muy útil en situaciones como éstas el teléfono móvil, pero ahora apenas se usaban. Sabía que tenía que contar con sus recursos internos para salir de este problema.

Flora se levantó y salió de la cueva. Como cada mañana, tocó la tierra con sus pies descalzos y saludó a todos los seres vivos. Miraba a su alrededor en la luz del alba. Cuando vio lo que estaba en el horizonte soltó un grito de asombro. ¡La antigua estación energética! ¡Entonces allí era donde le llevaba su caminata! Se apuró con su aseo, cogió la mochila y empezó a marchar directamente a su destino.

*

Todo era de metal. Lo que eran torres, algunas erectas, otras rotas y caídas, estaban ancladas todavía al suelo. Parecía un monstruo con brazos múltiples, cables como medusas tirados por todos los lados. Se notó que este lugar era un templo para la gente de la Edad Moderna por la manera que había sido protegido. La muralla tenía que haber sido alta, pero se había derrumbada y ahora las piedras estaban dispersas. Seguramente aquí hubo ataque y muertes. Ella sintió la energía, no la eléctrica, sino el pesar de lo que había sucedido, lo que la gente sentía que perdía, y más abajo, la tierra viva lamentando su mutilación. Flora se echó a llorar, esta vez no por sí misma, sino por la pérdida colectiva.

*

Eventualmente se calmó y buscó el camino de regreso a su comunidad usando el sol y las montañas como guías. Ahora sí lo tenía claro. Después de varias horas, Flora escuchó voces llamándola, y vio a su mejor amiga corriendo hacía ella.

¿¡A dónde te has ido!?” exclamó Mari, apretándola en un fuerte abrazo.

A mi caminata,” respondió Flora, con tranquilidad pero guiñándole el ojo. “Ya te contaré todo.”

Otros seres queridos se acercaron también, dándole abrazos y besos. Al no verla llegar la noche anterior, la comunidad se había organizado para salir a buscarla a primera luz del día.

Mari se puso la mochila de Flora, y juntas avanzaron hacia la comunidad. Mari era una cuidadora natural y estaba feliz en su formación con sus mentoras sobre las plantas, las terapias y el acompañamiento holístico. Mari y Flora se conocían desde la infancia ya que en la comunidad la crianza era compartida. Las mamás de Mari y Flora eran amigas desde hace mucho, y las chicas estaban cómodas tanto con una familia como la otra. La mamá de Flora insistía mucho en esa red de apoyo mutuo. Al ver las tías y tíos, hermanas y hermanos que habían salido en búsqueda de ella, Flora finalmente lo entendió. Llegando a la comunidad, su corazón rebosaba por la celebración de bienvenida de su gran familia. 

*

El próxima día era la asamblea comunitaria donde Flora se iba a presentar. Había dormido bien, rendida por el cansancio y por la comodidad de su cama. Gracias a los materiales naturales en la construcción y una orientación intencional a la luz y los vientos, la casa tenía una temperatura perfecta de noche y de día. Flora bajó a la pequeña cocina donde calentaba su infusión y pan con mermelada. Su familia ya estaba preparando la asamblea y la dejaban con tiempo para alistarse tranquilamente. Ahora se vestía con un conjunto ligero y de corte simple. Eligió sus colores favoritos, pensando en las plantas y piedras que habían usado para teñir la tela. Arregló su cabello con un poco de agua y un peine de madera. Enderezó su postura. Estaba lista.

Había varios puntos que tocar en la asamblea antes de su intervención. Miraba alrededor apreciando el mar de rostros de todo tipo y todo color. Había aprendido que las diferencias genéticas y culturales eran tan importantes entre las personas como en los cultivos.

Por fin, le daban la palabra a Flora, quien se levantó para poder alzar su voz. Era costumbre que las adolescentes, al primer sangrado o a los 14 años, podían compartir a la asamblea una reflexión y anunciar a qué se dedicarían en la vida comunitaria. Así marcaban la entrada a la tercera etapa de la vida: de aprendiza.

Buenos días, familia,” empezó con una sonrisa. “Gracias por haberme esperado y encontrado. Mi caminata era más larga y complicada de lo que había pensado, pero era lo que me tocaba. Al empezar, no tenía claro en qué dirección ir, ni en la caminata ni en la vida, pero mi intuición y la Madre Naturaleza me llevaron a descubrir las dos cosas y por eso estoy agradecida. Me llevaron a la antigua estación de energía.”

Un hombre mayor se levantó de su asiento e interrumpió, gritando, “¡Basta ya! ¡No quiero saber nada de ese lugar!”

Flora no se dejó intimidar. “Tengo la palabra, por favor,” le dijo, y siguió con su recuento.

Fui a la antigua estación y sentí el gran dolor de nuestra Madre Tierra por el daño que le hicieron al imponer tales metales en su cuerpo. También sentí el lamento de la gente de antaño por perder – según lo vieron – su fuente de energía. Habrá sido difícil renunciar a los sistemas que facilitaban la vida en la Edad Moderna y el control de esas fuentes de energía. La energía sigue siendo un tema muy discutido. Aquí y ahora, todavía estamos formando nuestras creencias y prácticas sobre la energía. Creo que puedo apoyar con eso. En mi aprendizaje, quiero diseñar una nueva línea de estudios que se llame ‘ingeniería de sistemas energéticos vivos’. La investigación integrará la energía en varias formas: aquella fuente natural proveniente de la tierra, la necesaria para el funcionamiento de las máquinas y la que mueve y conecta todos los seres vivos.”

Era un anuncio audaz pero Flora sabía que la comunidad la apoyaría.

Así pienso contribuir a esta comunidad, a la humanidad y a la Creación más amplia. No sé a dónde me llevará esa energía, pero sé que aquí tengo las raíces fuertes y nunca perderé la conexión conmigo misma, con esta familia ni con la Madre Naturaleza.”

La asamblea aplaudió. 

 

 

Fotos gratis : árbol, camino, césped, desierto, rama, ligero, la ...
pxhere.com

Comments

Popular posts from this blog

escombros / debris

 foto-testimonio después de la DANA en Playa de Gandía, 31 octubre 2024 photo-testimony after the DANA storms in Gandía beach, 31 october 2024

un cuento: El reflejo de Tiamar

Cuentan que hace muchos años, una mujer habitaba el monte. Tal vez tus abuelos te contarán que la han visto - en el reflejo del río o las piedras del barranco. Aparecía en un susurro del viento, el acariciar de las hojas y la fragancia de una flor. La llamaban Tiamar. Cuentan que vivía con su marido y tuvieron hijos que crecieron libres y fuertes. Los hijos tuvieron hijos, y los hijos tuvieron hijos. Los descendientes fueron bajando al pueblo. Con el tiempo, se olvidaron del monte. Se mudaron a la ciudad. Los nietos y las nietas crecieron entre paredes y con luz artificial. Seguro que tú los conoces, son tus vecinos, tu colega del cole, la prima del pediatra. Quienes quedaban en el monte miraban con desprecio las generaciones en la ciudad. Detestaban el escándalo que armaban día y noche. El taladrar constructor perforaba sus corazones. La pólvora de las armas les asfixiaba. Los químicos del agua les intoxicaban. “No me dejan descansar, ¡ni de día ni de noche!” clamaba el marido de Tiam...

The sacred goddess

 One of the main inspirations for this blog-project has been my reading of The Myth of the Goddess: Evolution of an Image, by Anne Baring and Jules Cashford . While I had received it as a gift from my partner in 2015, it was not until mid-2020 that I actually delved into it.  Deep into confinement during the Covid-19 pandemic, I was watching my son play in the living room when I looked over to the bookcase and just felt the book pop out at me. I slid it off the shelf and opened to the first pages. Immediately drawn in, over the next few months I used every free moment to read the tome of over 700 pages. And my life was changed.  From the first chapter, I felt as if I was being told a story I already knew, deep inside, but had somehow forgotten. It was like hearing a familiar story, one's own story, but not remembering how it went. Like from a dream you are trying to piece back together but cannot quite recall. Like when you sing along to a favorite song without actually k...